A comienzos de 2013, Jorge Mario Bergoglio preparaba su retiro a un hogar para sacerdotes cuando la renuncia de Benedicto XVI lo llevó a Roma e, inesperadamente lo sentó en el trono de Pedro. Convertido en Francisco, su desconcertante popularidad y estilo austero han desatado una lucha de facciones entre purpurados que se resisten a perder sus privilegios. Por segunda vez, el destino le daba una chance de oro. Su meteórico ascenso a obispo auxiliar de Buenos Aires, en 1992, ya lo había salvado del ostracismo en la Compañía de Jesús provocado por una conducción personalista y la sospecha sobre su complicidad en el secuestro de dos sacerdotes durante la dictadura. 320 páginas.