Cuando el poder político, bajo el emperador Constantino, elige la protección del Dios de los cristianos abandonando a los viejos dioses del panteón romano, se inicia para la nueva religión un proceso largo, contradictorio y terrible: la incompatibilidad entre la fe cristiana y el servicio militar desaparece y, sólo dos años después de la victoria de Constantino en Ponte Milvio, el concilio de Arlès decreta que "quienes abandonen el ejército serán separados de la comunión". Los símbolos del martirio cristiano -la arena ensangrentada, la fascinación de la lucha, las armas de la virtud, la corona de la victoria- signan el lenguaje y la teoría de la "guerra justa".