Un teniente Juan Domingo Perón burlón, ocurrente y seductor, se hizo amigo muchos años atrás de un seminarista de Santa Fe, que admiraba al campeón militar de esgrima. Domingo Massolo era un joven irreverente, impenitente, que fue a dar al Seminario por no poder ingresar al Colegio Militar. Incluso, en más de una oportunidad, se hacen pasar el uno por el otro para vivir una aventura o cumplir una misión secreta, en las que el cura llevó en la botamanga una pastilla de cianuro para no dejarse atrapar vivo. Esta es una versión insólita de una historia profana: la historia de una historia, que para bien o para mal cayó en manos de un apóstata. Lo que comienza con un alegre par de relapsos, que se rebelan a las ortodoxias, concluye en una muerte en que la amistad se enfrenta con la prepotencia del poder. La amistad y la lealtad estallan granizados como un enorme cristal. La hermandad desaparece. Mientras Massolo sigue siendo un modesto capellán, su amigo es el presidente de la República. Los juegos del rey no tienen reglas. En esta novela, el autor se infiltra en algunos archivos que Perón mandó a incinerar poco antes del golpe de septiembre de 1955, pero que sobrevivieron ocultos por los agentes de los servicios secretos que los robaron para venderlos. Documentos, apuntes y manuscritos, indican que Massolo fue auxiliar y confidente del general durante tres décadas. El cura fue algo así como un asistente privado, y cumplió con instrucciones desopilantes que se le ocurrían a su jefe y amigo, con la absoluta confianza de que nunca sería traicionado por él.
«Mientras yo cumpla con Perón él siempre será como mi hermano mayor», creía este capellán al que el general llamaba «mi primo sardo», por el modesto origen sardo de sus familias. Amistad que se fortaleció entre ellos durante su juventud en Paraná y Santa Fe, sus andanzas en los campos de batalla del Chaco paraguayo y los llanos bolivianos, varias misiones de espionaje, alegres fiestas en la Italia fascista, y aventuras que sorprendían por su diversidad, hasta que una muerte los separó.