Degüello muestra cómo los lazos pueden construirse más allá de nuestras jaulas, de nuestros condicionamientos de clase o género, de la infinita sucesión de categorías estancas que nos impiden ver la complejidad de la que estamos hechos. María y El Topo ejercen esa forma del amor que llamamos amistad. Amistad como gesto libertario, como resistencia afectiva en un escenario apocalíptico. Él, un bello hermafrodita que ha decidido vender su cuerpo a los hombres, transgresor de un género que no posee, estímulo de pasiones enardecidas por dinero, habitante de un mundo en el que, paradoja mediante, no deja ingresar su propio erotismo.